Cuando era más jóven, ahora me acerco a los cincuenta, creía que lo que ahora me sucede eran episodios asociados a traumas no asumidos, familias desestructuradas, naturaleza genética, miseria, carencias afectivas y todo aquello que cotidianamente escuchamos e identificamos como dramas sociales.

Es evidente que todo esto constituye una base sólida para sentirte herido, dañado en tu moral y minado de fuerzas que te permitan actuar en igualdad de condiciones frente a otros.

Cuando vamos creciendo, aprendemos a formarnos profesionalmente, aumentamos nuestra cultura y se nos indica lo necesario de una excelente formación para competir en el mundo que nos rodea. Se nos dice en muchos casos lo importante que es ser mejor que los demás y que debemos defendernos en la selva que nos rodea.

Paso a paso vamos entendiendo a los otros como competencia, aumentamos nuestra agresividad, nos asociamos por interés o simplemete sustituimos, como es mi caso, la familia y los origenes de esos parámetros, por amigos que permitan huir y afrontar la perspectiva de la relidad de forma diferente.

Mientras somos aun jóvenes, aun nos apoyamos en valores e ideales que otros jóvenes como nosotros también comparten, e incluso luchamos con valor por cambiar las cosas y lograr un mundo más humano y favorable.

Según pasan los años, todo queda en utopía, los amigos se marchan o descubren su propia perspectiva, y de repente te ves ahí fuera, solo, perdido y pensando donde han ido todos y todo.

Observas que tú también eres pieza de engranaje, que perdiste oportunidades a cambio de experiencias u opciones, y que eres otro número en el juego surrealista en que hemos convertido nuestro mundo. Si hasta aquí has tenido algo de suerte o apoyo, te habrás formado académicamente, o habrás trabajado incesantemente, o te habrán ayudado a salir adelante. Habrás logrado, amar y ser amado, rechazar o se rechazado, conservar y proteger, quizá, otra familia que hayas formado.

Pero lo que todos han olvidado es que teníamos alma, sentimientos, necesidades afectivas, comportamientos sociales necesarios, que nos movemos en comunidad, y la necesidad REAL de hacer cada día un mundo más ALEGRE Y MEJOR.

Se escribieron, como moda, y se acuñaron términos como Inteligencia Emocional, que se fueron diluyendo como arena entre las manos. Nadie nos enseñó, nadie nos formó, ni indicaron que fuera necesario, buscar ser amado y querido, ser siempre bueno con el otro, respetar como base indíspensable en el ser humano, y despreciar toda proridad que obligue a dañar a un semejante física, moral o económicamente.

Nos encanta crear mitos, adorar heroes, acusarnos a nuestro Dios para redimir nuestra culpa en cinco minutos. Es como la familia que al salir de la Iglesia un domingo cualquiera, baja las escalinatas criticando la apariencia del vecino, despreciando al indigente que mendiga en la puerta, y agrediendo verbalmente a quien ha obstaculizado su coche en doble fila. Pero ya hemos cumplido, estamos libres de pecado. Hemos cumplido con la norma social, pero se nos olvidó (u ocultamos) la norma intrínseca vital! No podemos finalmente engañarnos a nosotros mismos.

Y mientras así movemos la rueda herida de nuestro  mundo, vamos cargando de peso nuestra alma. Ha pasado el tiempo, tienes tu familia, cubres el ciclo, y te das cuenta que cada vez más gente te llama por bueno tonto, que inculcas tus valores a tus hijos y les agreden, que das gracias porque tu compañera es tu media naranja, y como tú sufre y padece por los demás.

Pero te levantas, y ya pides poder sacar adelante a los tuyos, traer comida a casa, educar a tus hijos, que no falte techo ni salud. Y de repente ZAS! No te habías dado cuenta, eras ingenuo e incapaz, por tí y tu manera de pensar y actuar en la vida estamos todos en el más absoluto desamparo. Ya no tendrás seguridad, no la tendrán los tuyos, pero además eres tonto, tienes casi cincuenta, no trabajarás jamás, te quitarán el techo. De nada habrá servido trabajar tantos años, cumplir con  lo exigido, haberte formado. Tú que no quisiste hacer usura, ni agredir al vecino, ni ser rico con el \"todo vale\", no tienes ya DERECHO A NADA.

Y dices vale, lo admito, cargo con mi pena, soy un deshecho, no encuentro nada. Pero y mis hijos, pequeñitos, que les digo ahora. Que sigan siendo buenos, que no hagan daño a nadie, que no pisen al vecino? Que repitan mi ciclo? Y QUÉ VA A SER DE ELLOS? Y CUÁL SERÁ SU MUNDO?

Y quienes nos dirigen cada día piden más, y no tenemos nada, y nos quitan más. Y así hasta que ya nos queda apenas la solución final. Porque la nusea es permanente, una soga que nos impide respirar, nos impide dormir, forzar una mueca como sonrisa a nuestros hijos, perdemos hasta la dignidad.

Y para que ellos vivan, que puedan cobrar algo y comer, que no mendiguen, me dejan la solución que nunca imaginé. Opto por irme, aunque les ame y me duela separarme, aunque me pierda verlos crecer y guiarles. Mi opción para que ellos vivan, aunque no sepan el porqué, ni perdonarme. Puede que si lo hago bien, el seguro de vida cubra la vivienda que van a quitarnos, incluso una mínima pensión que permita el alimento, que mi mujer recupere su hermosa sonrisa. Yo para mi no quiero nada. El perdón de Dios y de los míos. Y que no duela, que el morir sea dormir, la solución para otras vidas.