Hay ocasiones en la que ya nada parece funcionar: la terapia, el medicamento, el ejercicio, la homeopatía, la “actitud positiva”, la indiferencia. La indiferencia, el automatismo, vivir por el simple hecho de estar vivo parece funcionar en un principio, vivir y ver qué pasa, vivir porque sí, porque no hay otra alternativa, porque ya estamos aquí y en fin.
Quisiera ser libre, libre de mi, libre de mis pensamientos que me atormentan uno a uno, día a día, todos los días, hora a hora, cada hora del día, minuto a minuto, cada maldito minuto de cada hora de cada día. Quisiera huir, huir de mi y ser libre, libre de mi.
No me quiero, me aborresco, no me gusta ser cual soy. Tengo envidia, envidio a los demás, a quienes no tienen miedo a vivir, y con eso, parecieran tenerlo todo, envidia de quienes tienen fe, y con eso, parecieran poseerlo todo. Tengo envidia de aquellos que no tienen, que no tienen esto, esto que yo tengo, aunque no tengan nada más.
Ya no puedo más, quisiera llorar, pero ya he derramado muchas lágrimas; quisiera gritar, pero ya me he desgañitado en ese intento; quisiera rezar, pero es inútil, de nada sirve; quisiera que todo terminara al fin, y ser, lo que solía ser, algo más de lo que soy ahora.
Tengo frío, mucho frío, un frío interior que pareciera matarme, pero no me mata, grados centígrados de desesperanza, de miedo, de pavor... Y no sé qué mas decir.
Estás frente a un monstruo, frente a un muñeco de nieve, un muñeco de nieve roto, vacío y hueco, que mira a lo lejos con sus ojos de botón, que sonríe con una mueca torcida y sorda, que ha perdido el rumbo pues su brújula ha dejado de funcionar.
Si pasas por aquí solo por ocio, si lees estas líneas y sientes nauseas, huye de aquí, no alimentes a la bestia que crees que nace en ti. Si lo haces como yo, habrás cometido un error muy grande. Huye de aquí, busca ayuda, e intenta ser feliz.