Se sienta en medio de la habitación esperando perderse entre las paredes, secarse entre el pensamiento colectivo. Pero sonríe y se mantiene estoica, con la frente en alto levantando el alma. No existe tristeza más triste que la que se oculta a simple vista. Y vuelve a perderse esperando que esta vez sea eterno, esperando que esta vez ella misma logre olvidarse, esperando que la muerte llegue pronto. Pero su querida y vieja amiga no llega, a pesar de la infinidad de cartas que se ha escrito en la piel. Esa misma piel que la ha albergado durante todos estos años y que se ha vuelto de escamas a cada tiempo. Se acaba el agua en el mundo y ella se ahoga lentamente, como si eso fuera posible. Su tristeza oscura contrasta con la brillante vida del mundo que se desvanece ante sus ojos. Que se desvanece como una palabra mal intencionada en el aire, como una mirada maliciosa a la vuelta de la esquina, como el recuerdo amargo de un golpe en el hombro. Sus pulmones, demasiado pequeños, se esfuerzan por albergar un poco del aire ponzoñoso de la habitación. Su cabeza, llena de espectros, late incesantemente impidiendo que despierte de ese sueño infernal al que llaman realidad. Sus brazos fuertes arrastran los restos de su cuerpo por lo que queda de esa habitación. Y ella se burla, y ella se ríe, como si nada de eso le estuviera pasando, como si todo fuera sólo el mal sueño de alguien más. Y ella espera en realidad que todo se acabe, que todo sea imaginación suya o de alguien más.