Tengo 26 años y aunque nunca me he sentido feliz, he soportado las cosas que me han pasado porque simplemente venían, me tocaban, y en el fondo no tenía el valor para acabar con todo. Ahora tampoco tengo el valor, pero quiero tenerlo después de lo que hice. Sin querer, por un error, por accidente, acabé con las posibilidades de mi novio de poder salir de este país. Él no me culpa, dice que todo sucede por algún motivo, que no hay mal que por bien no venga y que quizás le iba a pasar algo al tratar de cruzar la frontera y entrar a Estados Unidos, pero eso nunca lo sabremos. No puedo dormir porque la ansiedad no me deja. No puedo mirarlo a la cara. No puedo separarme de él, pero tampoco puedo seguir a su lado. No puedo hablarle de mi culpa y dolor, porque me dice que él perdió más y en cambio no se la pasa llorando como yo.
Un minuto estaba pensando que al fin las cosas empezarían a ir bien, que quizás podía sentir un poco de eso que la gente llama felicidad; y al siguiente todo cambió por un error.
No paro de preguntarme si existe algo como el destino, si estaba escrito en alguna parte que sin importar qué, todo esto pasaría. O si por el contrario, fueron mis acciones las únicas responsables de lo que pasó, y de no haber sido tan torpe, todo hubiera sido diferente.
No soporto la culpa y no quiero vivir más así. Las únicas cosas que me detienen son:
1, que mi muerte no va a convertirse en un pase para que él cruce, solo lo va a hacer sentir culpable. Sería un alivio para mí, pero no una solución para él.
2, el miedo católico heredado de mi abuela, de ir al infierno, que imagino cómo una prolongación de esta vida, una de la que no se puede escapar.